Mentira, caos y granos de arena

Todo empezó como empiezan todas las cosas que acaban siendo importantes. Sin querer y sin darse cuenta dejó caer un pequeño granito de arena sobre la tierra de las mentiras. Aquel granito, imperceptible por todos, incluso por ella misma, cayó, rebotó caoticamente y fue a dar sobre el suelo sin que nada pasase, sin llamar en absoluto la atención sobre él de no ser porque en mi omnisciente posición soy capaz de otorgarle el inicio de todo. Total, ¿qué importancia podía tener un pequeño granito de arena?

El segundo corrio su misma suerte, su misma pena y su misma gloria. Nada pasó, nadie se enteró de aquel pequeño gesto. Cayó, rebotó caoticamente y fue a dar sobre el suelo alejado del primero. No fue muy distinto del tercero, el cuarto el quinto, el sexto…

Pasó el tiempo, día a día ella iba soltando inintencionadamente más y más granitos. El caos comenzó a autoorganizarse en forma de pequeña montañita, no visible para cualquiera pero perceptible para alguien que la fuese buscando, incluso para ella misma, que la había creado. Le preocupó, pero poner fin a la montañita llamaría la atención sobre ella. Sólo podía acabar con ella con un pequeño soplido de sinceridad que haría saltar los granos de arena a la cara de mucha gente. No, no pasaría por eso. Decidió tapar aquella montañita con mas arena, que si bien iba creciendo, aún era imperceptible para muchas personas que no esperaban encontrarla o simplemente que no veian o no querían ver.

Es curioso el caos, después de autoordenarse llega un momento, un punto crítico, en el que ese orden se rompe, provocando de nuevo caos y un orden diferente. Nuevos pequeños granitos de arena seguian cayendo sobre la montañita, formada a su vez de más granos de arena, que se iban transformando en montaña en su intento de ocultarla. El último granito cayó exactamente igual que el primero, e igual que habían caido todos los demás, pero el orden establecido no estaba preparado para soportar uno más. La montaña cedió y por los aires volaron infinidad de granitos que dieron en la cara de aquellas muchas personas con más fuerza de lo que lo habrían hecho si se hubiese producido aquel pequeño soplido cuando tuvo ocasión, o incluso si hubiese soplado con algo más de fuerza posteriormente.

Llegados a este punto el nuevo orden que se dió no nos importa. Ni que decir tiene que muchos de aquellos granos de arena los arrastraría siempre, otros siguieron formando la montaña primigenia y otros volaron y desaparecieron; pero al que siempre achacó todo fue a aquel último grano de arena que se convirtió en el causante del fin y que, al fin y al cabo, nunca dejó de ser un pequeño, imperceptible y estúpido granito de arena.