Al oír como caía la puerta, tú, que eras el más cercano a la
ventana, saliste corriendo hacia ella. Aquella ventana, en la que nunca
te habías fijado y que jamás pensaste que ibas a atravesar, daba a un
pequeño patio que se comunicaba con una estrecha calle mediante una
escalera. Caíste en le patio en el mismo instante en el que dentro de la
casa se oían dos disparos, dos sordos disparos que, aunque no era la
primera vez que los escuchabas, te asestaron una punzada en ese corazón
que luchaba por salirse del lugar que le había sido asignado. Pensaste
si habrían dado a Juan o a Fermín, ¡Joder! Cuando los conociste ni
siquiera te cayeron bien, pero a lo largo del tiempo te habías hecho a
ellos e incluso les apreciabas. ¡Vamos que si les apreciabas! Te
pusiste, mientras corrías atravesando aquel pequeño pero interminable
patio, a pensar en el día en el que os quedasteis los tres hablando en
la orilla del río y tú y Fermín tirasteis a Juan y, bueno, al final
acabasteis los tres en el puto río que estaba hasta arriba de mierda.
En ese momento oíste como otra persona caía de la ventana; no sin
miedo, te diste la vuelta sin parar de correr. Era Juan que ya estaba
corriendo detrás de ti, aquello te alegró, te alegró de veras. Cuanto te
hubiese gustado darle un abrazo…
Llegaste a la escalera y al poner tu mano sobre la barandilla el
frío hierro te fue helando desde la mano hasta el último rincón del
corazón. Entonces supiste que ibas a morir, y notaste como una lágrima
se paseó por tu cara empujada por el viento que provocaba tu velocidad.
Y esa lágrima al desprenderse de tu rostro quedó suspendida en el aire
hasta que uno de tus perseguidores la recogió en su frente, aunque
apenas se inmutó, no suavizó lo mas mínimo la mirada de odio que tenía
puesta, fija, en vosotros.
Os parasteis detrás de un coche y Juan sacó rápidamente la pistola
que siempre tenía encima. Antes de que te dieras cuenta, aquella lágrima
cayó al suelo acompañando a la persona que la había recogido. Una bala
le había atravesado el pecho, y aquella mirada de odio había dado paso a
una insustancial que sería la última que aquel hombre tendría en su
vida.
Te asustaste mucho, no querías correr la misma suerte que ese
desgraciado, te negabas a morir…
El tiroteo prosiguió en cuanto llegaron los compañeros del caído.
Eran dos, y estaríais en igualdad de condiciones de no ser porque
estabas totalmente bloqueado. Veías a Juan gritarte, y las balas que
pasaban encima tuya esperando que os pusieseis en medio de su
trayectoria, pero no podías oír nada, el silencio era total; ni siquiera
te podías mover. El pánico había atado con fuertes cuerdas todo tu
cuerpo y el aire llegaba difícilmente a tus pulmones.
Justo cuando la imagen de Ana, ser que mas te importaba en este
mundo, se estaba formando en tu cabeza para dedicarla un último
recuerdo, una explosión de sangre inundó tu cara. Habían dado a Juan en
un hombro. El siguiente disparo lo alcanzó en plena cabeza, y su cuerpo
cayó encima tuya.
La rabia inundó tus ojos. Luchaste para desprenderte de lo que
antes había sido tu amigo y arrebataste la pistola de su mano. Entonces
te levantaste y dos gatillos fueron apretados a la vez. Las dos últimas
balas que esa tarde serían lanzadas en aquel lugar se cruzaron y fueron
a dar: la primera en la boca de tu estómago, lo que hizo arrodillarte y
antes de caer lanzar un grito; la segunda hubiese dado a uno de los
policías que te perseguían, pero dio justo en el depósito del coche en
el que se protegían, haciéndolo volar por los aires junto con los dos
cuerpos, aún con vida, que fueron a acabarla en el muro mas cercano.
Aquella explosión ahogó tu agónico grito, después del cual caíste muerto
al suelo. Aquel grito decía, como no podía ser otra cosa: Gora Euskal
Herria.
Y cuando el silencio volvió, me elevé desde mi omnisciente posición
sobre el dantesco escenario y pude ver como la sangre de las cinco
personas, que habían muerto en estos irreales cinco minutos, se juntaba
en el mismo sitio donde hace unos instantes se habían cruzado las balas
que pusieron fin a esta locura. Por mas que me fijé no pude ver ninguna
diferencia entre ellas, no era mas que sangre, un gran montón de sangre
derramada por no gastar saliva, y que luego habría que limpiar.