Trístemente dedicado a
quién tantas veces
destrozó mi armadura.
El creía que tenía la mejor armadura jamás construida. Era verdad.
Su ciega confianza en ella le hacía sentirse seguro, inalcanzable por
nada y por nadie, y, por tanto, actuaba como si nada ni nadie pudiese
jamás hacerle daño.
Muchas fueron las heridas que padeció cuando iba desnudo, tal fue
su sufrimiento, que una vez que se levantó del agujero donde había
caído, comenzó a pensarla, a darla forma en su cabeza con una perfección
sublime, tapando al completo las heridas, aún sin cicatrizar, que su
enemigo había provocado en su desnudo cuerpo.
Aquella armadura estaba pensada con un solo propósito, hacerle
pagar a aquel enemigo que le había hundido, que le había abierto
aquellas heridas que durante mucho tiempo le habían recordado hasta la
nausea su mezquina condición de mortal; a él, al dios que todo lo podía,
que dirigía su mirada siempre por encima de todos los demás. Aquel
enemigo le había hecho caer del Olimpo en que vivía al peor de los
infiernos, y lo peor de todo era la sensación de que nada le había
costado, que fue el mismo el que, siempre confiado, se había acercado
desarmado y le había mostrado el lugar donde debía clavar el puñal. Que
su enemigo se lo clavase con piedad no hizo que el dolor fuese menor.
Pero ahora tenía su armadura, la había probado con enemigos
menores en su inconsciente camino de regreso a lo que él creía su
destino: volver a enfrentarse con su enemigo. Los pobres que cayeron a
su paso nunca fueron dignos de enfrentarse con él, no eran más que
simples mortales convencidos de serlo, conscientes de lo que eran, que
tuvieron la mala fortuna de cruzarse con alguien que tenía un porte
semejante al de los dioses y cuya mentalidad estaba mas cerca de lo
divino que de lo humano, más aun después de pasar por encima de ellos.
Volvía a ser el de antes, todo gracias a su armadura. Su cabeza de
nuevo miraba por encima del resto y comenzó a buscar sin descanso a su
enemigo hasta que lo encontró. La satisfacción inundó su cara y corrió a
toda prisa, dispuesto a acabar todo de un solo golpe y con tal
obcecación que no hubo espacio para la duda en su mente. Los que
tuvieron la mala suerte de cruzarse con él en su carrera, al ver
acercarse tal figura, a tal velocidad y con tal convicción, creyeron en
su superioridad y no hicieron otra cosa que arrodillarse y empequeñecer
ante él, que indiferente les echaba a un lado o les pisaba sin ser
consciente de lo que hacía.
Y llegó ante su enemigo, otra vez, como antaño, creyéndose un dios
superior al que tenía enfrente. Éste le miró y él paró su carrera al ver
en sus ojos la extrañeza y el respeto que le infundían su nueva
armadura. Se sintió ganador, sabía que nada podía hacer esa pequeña
figura que tenía enfrente suya ante un gran dios, como era él, que se
sentía ahora como si nunca hubiera dejado de serlo. Por eso miso dejó
que su enemigo se acercara, regocijándose en la incredulidad que
mostraba mientras pasaba sus dedos por su brillante armadura. Entonces
soltó una gran carcajada que resonó en todos los confines de la tierra
conocida y que de nuevo volvió a sus oídos en forma de duda, ya que le
hizo darse cuenta de que no era la primera vez que se encontraba en esa
situación. Y tal como la duda le hacía bajar de nuevo del Olimpo a la
tierra de los mortales, de la que ya nunca podría salir, vio como, bajo
los dedos de su enemigo, su armadura se deshacía hasta convertirse en
polvo, dejando de nuevo a la vista las heridas que él creía ya cerradas,
pero que sólo estaban ocultas bajo aquella capa de metal que tan sólo
había imaginado que tenía, pero que nunca había poseído de verdad.
Y entonces se dio cuenta de que no le hacía falta la armadura,
miró a los ojos a aquel enemigo que tanto había odiado y se entregó a
él, abrazándolo tan fuerte como pudo. Su enemigo le devolvió el abrazo,
y según iba saliendo la luna, ella y él se besaron. ¿Conservaría ella su
puñal escondido en la espalda? Que le importaba, aquel amor era lo único
que había deseado desde la primera vez que la vio y no iba a dejar que
el odio cerrase la puerta de aquel sueño cuando no estaba mas que
abriéndose. La decisión estaba tomada, si todo acababa con el puñal ya
tendría tiempo para levantarse de nuevo.