La triste historia del escritor de historias tristes


las manos le temblaron, al enfrentarse, tiempo después de la revelación, a la hoja en blanco que se extendía hacia él. Paró. Pensó, por un momento, en aquella primera frase con la que había iniciado el texto, decidió borrarla, empezar de nuevo, pero la mantuvo en su sitio, esperando que, poco a poco, las palabras fuesen fluyendo, dejando atrás esos primeros momentos de duda e inseguridad que calarían en el futuro lector, y lograrían formar, por si mismas, aquella historia de la que no tenía más que el título.

     Tenía claro que la comprensión del relato debía ser compleja, ya que, empezaba a formarse en su mente que debía estar supeditada a una belleza formal barroca, permitiendo ésta, mostrar el torbellino de ideas tormentosas que debía de apartar para poder seguir, pesadamente, adelante. Avanzaba lentamente sudando la tinta que se esparcía por la hoja en la selección de cada palabra, cada coma, cada punto. Volvía hacia atrás (hasta este mismo punto). Las palabras desaparecían; reaparecían, y, de repente, comenzaban a brotar extasiadas por algún extraño éxtasis creativo, como un manantial que se vuelve riada y entonces es imposible pararlo, arrastrando con su fuerza todo lo que se pone en su camino hasta conseguir bloquear la mente del lector a través de la coordinación de subordinadas sin comas que impiden que los pulmones adquieran una cadencia de respiración precisa… Respira…

     Triste. De nuevo la palabra acudió, tristemente salvadora, a su mente, para ser plasmada en el papel, después de haber dejado de escribir durante lo que le pareció una eternidad. Triste, repitió, es la historia del escritor de historias tristes, su historia, su triste historia, pues el ser feliz no le ocasionaba mas que tristeza, tristeza por no poder cumplir su sueño, aquel sueño de ser escritor.

     Debía escribir, sin abundar mucho en palabras, que paseaba por una dulce vida de los últimos meses,  que se dejaba acariciar por las gratas sensaciones que recibía de la gente de su alrededor. Un suave aire soplaba para llevarlo hacia delante en el tiempo, en placenteras y tranquilas mecidas… Poesía que rápidamente debía ser manchada, según su estilo y lo que pedía la historia, triste historia, ya que el sabor agrio pronto alcanzó sus labios, se empezó a extender por su boca como una mancha negra, según el tiempo pasaba y su sueño se escapaba, de nuevo, como otras veces antes, como todas las otras veces en las que había sido feliz… no se hubiese dado cuenta si no se lo hubiesen dicho. Hubiese caído de nuevo en la, inevitable, depresión en la cual cayó finalmente, pero quizá con un resultado totalmente contrario a lo que en estos momentos estás leyendo…
“Es triste…”
“¿es este tu sueño?”
“Es triste…”

     Lo era. Las palabras, aquellas palabras que le dijeron no hacía tanto tiempo, resonaban aún en su cabeza, atormentándole, debía plasmarlas, y lo hizo, un poco antes, justo al final del párrafo que acababa de escribir anteriormente. Así produciría sorpresa, desorientaría y frenaría el ritmo, para volver a acelerarlo. Fueron un clavo que atravesó la escalera que, hasta ese momento, tan claramente conducía a su felicidad, y empezó a agrietarla. Cachos de aquella construcción cayeron en forma de poesía. Buscó entre su cuaderno:

“Se perdieron mis sueños
por no ir a buscarlos,
pues, aunque sueños son,
en sueños se han quedado.”

     Vana y mala poesía que avisaba sobre el principio del fin de su felicidad y de la triste historia. La alusión al mundo onírico era la excusa perfecta para seguir adelante. Al fin y al cabo, aquella dulce escalera no era más que un muro que le separaba de su más preciado sueño, y en sueños pudo ver como, desde el nivel del suelo, una vez caído de la escalera; por los agujeros abiertos en el muro, se colaban las musas que le susurraban nuevas y tristes historias sobre escritores de historias tristes, que son incapaces de escribir. Con todo el camino andado, o con él aún por andar, fue entonces cuando ocurrió, quizá de mano de la fortuna, quizá porque siempre lo quiso así el destino, o quizá porque él lo provoco, para hacerlo coincidir de tal manera, pero llegó a la siguiente página y…

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las manos le temblaron, al enfrentarse, tiempo después de la revelación, a la hoja en blanco que se extendía hacia él…\