A Sophia, por proponerme este juego
en el desierto. Espero que entre tanta
lágrima haya hueco para la sonrisa que
te prometí.
Dicen que el desierto se formó con las lágrimas de los niños. Cada
niño, cuando lloraba, dejaba caer de sus ojos pequeños granitos de arena
que después de varios años habían formado aquellas grandes dunas que
todo lo envolvían, ese paisaje que no se parecía en nada a lo que ellos
recordaban como hogar. Kilómetros y kilómetros de arena que se extendían
hasta el final del mundo que ellos conocían, que les atrapaba en la
pequeña aldea en la que vivían.
Anul-al ed Amirgal era una pequeña planicie donde habían crecido
varias casas de adobe cuadradas, casas del mismo color de la arena, que
no seguían ningún patrón urbanístico y se apelotonaban unas junto a
otras, dejando pequeños e intrincados caminos entre ellas por donde era
agradable pasear huyendo del sol. Todos estos estrechos y oscuros
pasillos iban a dar al centro del pueblo, una gran plaza teñida del
mismo marrón claro del resto del paisaje. Un montón de tierra batida y
muy prensada, de forma rectangular, en donde sobresalía al fondo un gran
edificio pintado de blanco, con una escalinata de cinco grandes peldaños
que conducía a un pórtico… Ya nadie recordaba las guirnaldas verdes y
rojas que lo adornaban, los largos estandartes coloreados que colgaban
de su alto segundo piso. Sólo quedaban pequeños restos, trapos que el
tiempo había transformado en negros. La piel blanca del edificio se
descorchaba y dejaba ver su triste rostro marrón claro. La gente, negras
sombras, se reunía en su pórtico de entrada, cabizbajos. Hacía mucho que
ninguna madre se reunía allí para hablar con sus amigas mientras podían
vigilar a los niños que jugueteaban en la plaza. Hacía tiempo que los
hombres no sacaban sus tableros y echaban una partida… que la Luna no
espiaba el primer beso a escondidas de una pareja de enamorados.
Una fuente, situada en uno de los lados de la plaza, surtía de
agua al pueblo. Era el único adorno que aún quedaba. Justo enfrente del
edificio, salía de la plaza la calle principal de ed Amirgal. Tenía unos
siete u ocho metros de ancho y se abría camino entre las casas que,
ahora sí, estaban perfectamente alineadas en torno a ella. Toldos
sueltos recordaban un pasado colorido, y carteles de diferentes
materiales colgaban como quejándose, cargados de arena que el viento que
los mecía había traído y que nadie se encargaba de retirar. Los balcones
hacía tiempo que habían cerrado sus ventanas, escapando del sol que los
golpeaba con justicia.
La calle principal salía de la aldea sin pena ni gloria y se
perdía de vista en el desierto. De allí solían venir los carros que
traían la comida el día de mercado. Antiguamente se veía aparecer todos
los viernes una gran hilera de carros con sus lonas de colores, con su
alegre traqueteo, con sus camellos balanceándose… ahora sólo un
pequeño carro surtía a aquel pequeño pueblo, que desaparecía engullido
por las arenas del desierto.
Aihpos seguía regresando a Anul-al todos los viernes, a pesar de
que sus compañeros no hacían más que desaconsejarlo. Traía su camello,
su carro envuelto de una colorida lona verde, donde se podía leer en
grandes letras blancas: “Ahipos, frutas y verduras”. Realmente traía
todo tipo de alimentos que compraba a sus compañeros y luego revendía en
la aldea. Era un día perdido, pues habiendo comprado todos esos
alimentos a precio de mercado, tenía que prescindir de sus beneficios
para que alguien en el pueblo pudiese comprarle algo. Aunque seguía
regateando con las personas del pueblo en cada venta, muchas veces
perdía dinero, ¡y eso que se contaba que era el mejor regateador que
había! Siempre salía de allí con déficit, pero con la cara de que había
hecho un gran negocio, con una amplia sonrisa en su rostro, sonrisa que
nunca perdía.
Ani estaba sentada, como cada viernes, en un borde del camino, a
la sombra de una palmera, esperando a que viniese Ahipos. Tenía 9 años y
era la única niña del pueblo, un desliz de una de las pocas parejas de
jóvenes que quedaban en ed Amirgal. Todos les habían reprendido por
ello, pero tuvieron que aceptarlo. Cuando la niña nació, se pusieron de
acuerdo para que ningún grano de arena cayese de sus ojos. Todos sin
excepción deberían sonreirla, fingir que eran felices, que todo era
normal en esa aldea que se moría. Al ver que iba a romper a llorar,
quien estuviese cerca, empezaba a hacer cualquier cosa para evitarlo.
Ella seguía creciendo en ese mundo imaginario, pero empezaba a darse
cuenta de que algo iba mal allí. Por eso le gustaba Aihpos, su sonrisa
era distinta a la de los demás, no era su boca, sino sus ojos los que
reían cuando hablaba con ella. Aún no entendía del todo lo que pasaba,
pero le gustaba estar con él. Esperaba con impaciencia a que llegase el
viernes por la mañana para ir a recibirle a la calle que salía del
pueblo.
Al oír el traqueteo, con sus objetos de metal y cajas chocando,
con el sonido chirriante de las ruedas, Ani se levantó corriendo y fue a
toda velocidad en sentido contrario al pueblo, hasta que vio el carro,
el que ,como siempre, iba de un lado para otro sin caerse nunca,
desafiando todas las leyes de la gravedad. Ani se paró a unos cinco
metros de Aihpos, que iba sujetando las riendas del camello. Se puso muy
seria, tanto como le permitió su cara de felicidad:
- Alto forastero. -dijo frunciendo el ceño de manera poco creíble. -
¿Quién es usted?
Aiphos siguió la broma:
- Sólo un pobre mercader de frutas…
-¿A si…? ¿Y a dónde crees que vas? ¿No sabes que este camino me
pertenece?
- Sólo traigo alimentos para las buenas gentes que viven en Anul-al. -
Aiphos ya sabía que era lo que quería la niña. - Soy una persona pobre,
no puedo pagarle peaje…
- mmmm, eso hay que verlo…
Ani empezó a andar hacia el carro imitando a un soldado un día de
gala, con las piernas rectas y subiéndolas mucho a cada paso. A Aihpos
se le escapó un un poco la risa, pero pudo mantenerse serio mordiéndose
el labio. Ani le miró haciéndose la enfadada, pero siguió con su
actuación.
Cuando llegó al carro elevó sus pequeños brazos hasta alcanzar el
borde y de un salto apoyó la tripa en él. Al levantar la lona una
explosión de colores inundó sus ojos. Fresas, peras, piñas, manzanas
rojas y verdes, melones, sandías, lechuga, tomates, apios, puerros…
todo ello en cajas y vasijas preciosamente adornadas con dibujos a todo
color de los cuentos que Aihpos le contaba. Le encantaba esa visión. Su
quedó mirándola con una sonrisa de oreja a oreja por una rato largo.
Bajó del carro y recuperó su mueca de asaltamercaderes:
- mmmm, no puedes pasar con esa mercancía a ed Amirgal.
- ¿A no? - Aihpos sonrió y se acercó al carro. - ¿Y si…? - Metió la
mano por debajo de la lona y sacó una enorme fresa sin mirar al
interior, como si la tuviese ya preparada.
A Ani le cambió la cara y cogió la fresa de la mano de Aihpos. Era
realmente enorme, tanto que ocupaba casi completo sus dos pequeñas
manos:
- Bueno… por hoy te dejo… pero otro día… - las palabras le
brotaban de la boca sin el menor convencimiento.
- Anda, ¡ven aquí, bribona! - diciendo esto Aihpos la cogió por debajo
de los sobacos, le dio un beso en la cara y la subió al camello. Ani
acarició al animal.
- Hola Zoe - y mientras el camello la balanceaba de camino al pueblo,
empezó a comerse la fresa a pequeños bocados, realmente tan grandes como
permitía su pequeña boca. Dejó un pequeño trozo a su portador, que
atrapó el obsequio de buen gusto con su gran lengua.
*****
El puesto de Aihpos estaba montado ya en el centro de la plaza.
Cuando acabó de sujetar la lona con los palos que traía, unas cuantas
sombras se acercaron con paso quejumbroso hasta allí. La gente del
pueblo vestía de como si fuesen de luto. Grandes telas cubrían
completamente sus cabezas y caían hasta el suelo, arrastrándose por él,
por lo que parecía que flotaban cuando iniciaban su lento y penoso
andar. Cabizbajos, la tela que cubría sus cabezas sólo dejaba ver su
boca y nariz de tez aceitunada cuando los mirabas de frente, los ojos se
escondían tras la oscuridad que proyectaba el manto que les cubría. ¡Un
pueblo de sombras! Eso era Anul-al ed Amirgal. Un pueblo de gente que se
arrastraba sin ninguna esperanza esperando que terminase su penosa
existencia.
Era curioso, ver como todas aquellas sombras negras se acercaban,
lentamente, a la explosión de color que se había colado en medio del
fondo marrón claro de la plaza. La lona verde brillaba bajo el sol, al
igual que todos los productos (rojos, verdes, azules) que se exponían en
el pequeño puesto. Incluso la gran casa blanca parecía más blanca, como
si hubiese recuperado algo de su antiguo color.
Ani estaba sentada frente al carro de Aihpos mirando toda la
escena mientras hablaba con Zoe. De repente distinguió de entre las
sombras a su propia madre y salió corriendo hacia ella:
- ¡Mama! - gritó. La cara de su madre adquirió una sonrisa cansada,
llena de amor y de pena.
- Hola cariño…
- ¿Sabes? Aihpos dice que tiene una sorpresa para mi el viernes que
viene. - Dijo esto llena de orgullo, con una sonrisa que brillaba en su
rostro.
- ¿A si? ¿Y de qué se trata? ¿Te lo ha contado?
- No. - Su rostro se puso serio, pensando en qué podría ser. De repente
recuperó la sonrisa. - ¡También me ha dado una fresa! - Enseñó las manos
a su madre, las tenía rojas y pegajosas.
- ¿Qué te había dicho de cogerle regalos a Aihpos? Sabes que no tenemos
dinero para pagárselo…
- Joooo mama, es que….
- ¡No lo vuelvas a hacer! ¿vale? - Su voz sonó demasiado fuerte para el
poco sonido que había en la plaza. Todas las sombras se giraron hacia
ese lugar, como asustadas. El silencio ahora era total. Ani empezó a
cambiar su cara, a notar como un nudo se hacía en su garganta.Su labio
inferior sobresalía y su mirada se perdía en el suelo, llena de
culpabilidad…
Su madre reaccionó pronto:
- Lo siento cariño, no quería gritarte, no pasa nada. - Dijo mientras
la abrazaba - Puedes comer todas las fresas que quieras ¿vale? - La
besó.
Ani sintió el calor del abrazó de su madre y se calmó. Se abrazó
fuerte a ella… Una pequeña lágrima había caído de sus ojos, pero nadie
la vio envuelta la pequeña niña, como estaba, entre las negras telas de
su madre. Ni siquiera ésta la notó cuando fue absorbida por su traje.
De repente la voz de Aihpos rompió el silencio:
- Bueno, ¿Quién quiere fruta? ¿pescado quizá? Tengo el pescado más
fresco de Crawley, me ha costado mucho traerlo desde tan lejos. Venga,
hoy oferta especial… - Su voz era como música. Pasado el susto calmó a
todos, que empezaron a prestarle atención y a pensar que compras harían
aquella semana…
*****
¡Una sorpresa! ¡Para ella! Ani no se lo podía creer, estaba ansiosa
por saber que era aquello que le había prometido Aihpos.
La semana pasó lentísima. Cada mañana cogía a Irma de la mano, su
pequeña muñeca de trapo, y se la llevaba al desierto, para contarle los
cuentos que Aihpos le contaba a ella. Se los sabía todos de memoria: el
de los hombres que andaban dando volteretas, el de los muñecos que
hablaban y se movían, el de los seres voladores, el de el hombre que se
enfrentaba y dominaba a las fieras… todos aparecían perfectamente
ilustrados en las cajas donde Aihpos guardaba los alimentos, con
estilizados trazos de varios colores, construyendo escenas que parecían
en movimiento. El que más le gustaba era el del niño que iba en un
animal gigante al que le salía un brazo de la nariz. Aihpos le había
contado que si te subías al él te llevaba a la parte que quisieses del
desierto. ¡Cuanto deseaba pedirle a a Alex que le llevase a lomos de ese
gran animal a Crawley! Poder ver a aquellas personas con exóticos
vestidos, aquellos grandes edificios de dos y tres plantas pintados cada
uno de un color diferente, aquel mercado rebosante de olores y sabores
con más de cien puestos, todos esos niños que corrían por las calles
gritando y riendo sin parar…
Ya quedaba poco para que llegase Aihpos. No había pegado ojo en
toda la noche y estaba muy cansada. Sentada, como siempre, al borde del
camino, a la sombra de la palmera, cerró los ojos un momento y se dejó
envolver por las suaves mecidas del viento en el desierto, aquel sonido
monótono y repetitivo que silbaba suavemente a su oído, creando una
bonita melodía… se quedó dormida…
Abrió los ojos sobresaltada por un gran estruendo lleno de
alegría, que venía dirección a ella por el camino. Tambores, trompetas,
cánticos, extraños sonidos, como gritos de seres no humanos y que ella
no había oído nunca, el crujir de grandes ruedas de madera… Pensó en
salir corriendo para ver que era todo aquello, pero justo cuando se
había levantado, un hombre con un traje rojo llegó dando volteretas
hasta el lugar donde se encontraba, y con un gracioso salto, se
levantó:
- ¡Hola! Ani debes ser, pequeña niña de Anul-al, Ahipos habladonos
mucho de ti.
A Ani le hizo mucha gracia su forma de hablar. No podía creerlo,
¡era uno de los hombres que andaban dando volteretas! Respondió con un
simple movimiento de cabeza, asintiendo.
- Bien está eso, si. Bien está. - Respondió el extraño hombre a la vez
que se daba la vuelta grácilmente y empezaba a dar volteretas hacia el
mismo sitio de donde había venido.
Ani no podía creer la velocidad que llevaba, era rapidísimo. Salió
corriendo intentando seguirle pero pronto le perdió tras una elevación
del camino. Al llegar allí vio la cosa más maravillosa que había visto
en su vida. Eran unos siete u ocho carros, algunos más grandes que el de
Aihpos, otros un poco más pequeños, adornados cada uno de un color
(rojo, verde, azul, amarillo…) y con cuatro o cinco personas al lado
de cada uno, vestidos todos con extraños trajes que brillaban al recibir
la luz directa del sol.
El hombre que daba volteretas se unia al grupo en ese preciso
instante, y se paró junto con otros cuatro que avanzaban de la misma
manera. Llevaban el mismo traje rojo con costuras color oro muy
brillantes y no paraban de de dar gráciles saltitos, hacer cabriolas,
sujetarse con una mano en el suelo, con la otra… justo detrás suyo,
formando parejas, hombres con una larga capa verde movían sus manos en
el aire siguiendo a pequeños hombrecillos hechos de madera que saltaban
sin parar, al son que les marcaban los más altos. Los muñecos bailaban y
se mantenían en el aire en las más graciosas posturas, al ritmo del
sonido de tambores que salía de uno de los carros. Las ruedas movían
unos palos dispuestos de tal manera que golpeasen los grandes tambores y
algunos platos metálicos, transformando el alegre movimiento del
carromato en una alegre música.
Justo detrás, un gran carro sin lona transportaba columpios de los
que colgaban delgadas personas, envueltas en un ajustado traje azul
celeste. Uno de ellos tomó impulso en el columpio y se lanzó al aire a
toda velocidad. Al haber alcanzado una gran altura, desprendió los
brazos de su cuerpo y dos alas azules se extendieron desde su cintura a
sus muñecas… ¡estaba volando! Otro le acompaño al poco tiempo. Se
dieron la mano planeando durante un rato sin soltarse. Cayeron un poco
más alante que el resto y corrieron de nuevo hacia su carro, saludando a
su paso a los voltereristas y muñecos, mientras otros seres voladores
repetían la actuación.
Les seguía de cerca un hombre solo, vestido de amarillo. Parecía
muy fuerte y duro, pero tenía cara simpática, de buena persona. Se
acercó, con un cubo en la mano, al carro que tenía al lado y apartó un
poco la lona que lo cubría. Ani sólo pudo ver el reflejo del sol en unas
gruesas verjas de metal, entre las que el hombre depositó el cubo.
Entonces emergió de entre las sombras una enorme cabeza de león que se
introdujo en el cubo. El hombre la acarició con cariño y siguió hacia
delante con su paso tranquilo.
Por último, tirada de dos bellísimos camellos, el carromato más
grande de todos llevaba una especie de puerta monumental de unos cinco
metros de largo por cuatro de alto. Dos aperturas en forma de arcos de
herradura, más pequeños, flanqueaban un gran arco apuntado, decorados en
su parte superior con un arlequinado azul y amarillo, dejaban paso un
frontón superior verde de forma elíptica. En la parte central de la
estructura se podía leer en grades letras rojas: “SOULFLY’S FLYING
CIRCUS”.
Cerrando la marcha, un hombre muy parecido a Aihpos ¿era Aihpos?
envuelto en un larga capa blanca, brillante, impoluta, caminaba mirando
para atrás, como si buscase a algún rezagado en el camino.
La caravana, llegó hasta el lugar donde se encontraba Ani. Los
hombres que daban volteretas empezaron a saltar alrededor suyo, y
seguidamente recobraron la marcha hacia el pueblo. Las parejas de
muñecos y hombres se pararon un momento y levantaron la mano todos a la
vez para saludarla, sin perder el paso. En lo alto, los hombres
voladores pasaban sobre su cabeza levantando una refrescante brisa, y
mientras los miraba, el hombre serio vestido de amarillo pasó suavemente
su mano sobre su cabeza, despeinándola un poco. Le guiñó un ojo a la vez
que una sonrisa se escapó de su boca.
Ani corrió hasta el hombre vestido de blanco:
- ¡Aihpos! ¡Aihpos!
Al ir acercándose se dio cuenta de que no era Aihpos. Se parecía,
mucho, pero no era él:
- Tú debes ser la pequeña niña de Anul-al. - Dijo con una suave voz muy
parecida a la que usaba Aihpos al dirigirse a ella. - Cuanto me han
hablado de ti… Déjame que me presente soy Soulfly, el dueño de todo
este circo ambulante que acabas de ver pasar. Aihpos no podrá venir
hoy… - Puso cara de tristeza, elevando un poco el labio superior. - Ya
sabes, estos comerciantes… siempre viajando. Hoy aquí, mañana allí. Me
dio esto para ti…
Sacó una enorme y perfecta fresa del bolsillo, la más grande que
había visto nunca, y se la dio a Ani:
- Me dijo que le perdonases por no poder venir este viernes… - siguió
hablando. - ¿serás capaz de hacerlo, verdad? - Su rostro había
recuperado una sonrisa radiante.
Ani miró al suelo con aire de tristeza. Quería ver a Aihpos…
Pronto notó un dedo que elevaba su barbilla y dirigía sus ojos
directamente a los de Soulfly:
- ¡Oye! Hay que estar contenta. Mira quien sí que ha venido a verte…
Dirigió su mirada para atrás, hacia el camino. Muy tranquilamente
se acercaba Zoe con sus largos y lentos pasos de camello. Se balanceaba
como contento por el poco peso que tenía que arrastrar aquél día:
- El muy bribón. Cuando Ahipos le dijo que iba a donde demonios haya
ido, se puso detrás mía y empezó a seguirme. Intentamos convencerle,
pero hubiese sido más fácil que un rico entrase en el Reino de los
Cielos, que este cabezón pasase por el ojo de la aguja… En fin, que
aquí le tienes. Te tiene que tener mucho cariño… - Ani miró a Zoe y
este le devolvió su mirada de camello. - Bueno, ¡arriba! - La cogió por
debajo de los sobacos, le dio un beso en la cara y la subió a lomos de
Zoe. - Ya deben de tener todo listo…
Soulfly cogió las riendas de Zoe tal como hacía Aihpos y los tres
se dirigieron a Anul-al ed Amirgal al paso lento que marcaba el camello.
Ani volvió a compartir su fresa con él.
Mientras avanzaban, Soulfly dirigía de vez en cuando su mirada
para atrás, hacia el fondo del camino, parecía esperar algo que no
llegaba. Finalmente suspiró y miró a Ani de nuevo, sonriente:
- Bueno, adelante. El circo nos espera.
*****
La gran puerta monumental ocupaba justo el ancho de la calle en su
entrada a la plaza. Ani la atravesó nerviosa dejándose mecer por los
tranquilos pasos de Zoe… ¡Color! Los carros se habían dispuesto
alrededor de la plaza como por azar, de modo que no quedase ningún lugar
no coloreado por aquella explosión de alegría que era el circo.
A la derecha, nada más entrar, los hombres voladores subían a los
aires desde su columpio. Su traje azul se mezclaba con la claridad del
cielo haciendo que desapareciesen y apareciesen de nuevo en cualquier
lugar en contraste con el marrón de los edificios. Uno de ellos se alzó
hasta desaparecer en el cielo, Ani le siguió con la vista viéndole caer
suavemente justo en la otra esquina de la plaza, al lado del carro
verde. El carro tenía su gran lona extendida formando una gran oscuridad
en su interior. Un muñeco esperaba sentado, tranquilo, en el centro de
la oscuridad, contrastando con ella con sus brillos y colores. Una
persona con capa verde se acercó, dejó su capa en un perchero que había
al lado y desapareció en la negrura. De repente el muñeco tomó vida. Se
desperezó de un saltito y comenzó un gracioso baile a la vez que
empezaban a sonar los tambores. El muñeco sonreía y bailaba, libre, en
medio de aquel rincón oscuro, donde, se le veía, se sentía bien. Saludó
con su pequeña mano a uno de los volteretistas, que al pasar por su lado
hizo un gracioso mortal y siguió su camino hacia el frente, dando
volteretas. Allí estaba la gran jaula de grandes barrotes, sin lona que
la cubriese… la lona estaba extendida, sujeta con cuatro palos, y ocho
cuerdas que los sujetaban, creando una refrescante sombra, con pajas y
cubos amontonados, como tirados, no se veía nadie allí. El volteretista
se fijó en que la jaula estaba abierta… se quedó parado, mirando, como
esperando que alguien le viese, se fijase en aquel pequeño detalle que a
todos pasaba desapercibido, se acercó despacio, pero con gráciles
movimientos, dispuesto a cerrar la jaula… Entonces, aparecido de la
nada, un gran león se lanzó sobre él. El volteretista se apartó para
atrás de una voltereta y cayó al suelo justo cuando un brazo fuerte
sujetó al león con una sola mano. En aquel momento de tensión, hombre y
animal se miraban con ternura, como si fuesen grandes amigos. El hombre,
vestido de amarillo, le acarició la melena y el león se calmó,
tumbándose a la vez que el hombre se arrodillaba. El volteretista se
levantó de un salto, saludó al león y al hombre con una sonrisa, y
prosiguió su camino hacia la otra esquina de la plaza. Allí se
encontraba su carro rojo, alrededor del cual se habían dispuesto varios
columpios, donde sus compañeros brincaban y daban volteretas sin parar.
Cuando llegó allí se mezcló con aquella vorágine de rojo en movimiento.
Justo en el centro, tapando la visión de la escalera que daba al
pórtico, se había asentado el carro más grande, ahora convertido en
graderío, que miraba a la gran casa blanca. Escaleras y gradas, unas
enfrente de las otras, dejaban un espacio central, delimitado por una
serie de baldosas dispuestas en círculo. La gran casa blanca lucía
estupenda, llena de estandartes de diversos colores con las palabras
“CIRCUS” y “SOULFLY” en letras plateadas y doradas, que se extendían
desde sus ventanas y balcón, y tapaban los sitios donde faltaba pintura.
Bellas guirnaldas verdes y rojas iban de un lado a otro del edificio,
dándole color y alegría.
Las sombras se habían acercado con todo el estruendo, y miraban
confundidas aquello que estaba pasando en ed Amirgal. Entre las
explosiones de color, aquellas figuras negras iban de un lado a otro con
su arrastrado caminar, lentamente.
Ani dejó a Zoe al lado de la fuente que bebiese agua. Le encantaba
mirar como bebía, pero esta vez lo dejó allí, solo para corretear de un
lado a otro, para poder ver más de cerca todos aquellos personajes, que
ella creía sólo vivían en los cuentos de Aihpos. Soulfly se plantó en
medio de la plaza y con una gran sonrisa miró para todos los lados.
Entonces tomó aliento y habló para que todos le oyesen:
- ¡Hola, gentes de Anul-al! ¡Sed bienvenidos al gran Circo Ambulante de
Soufly! - todos los componentes del circo pararon de hacer lo que
estaban haciendo y le miraron. Las sombras también torcieron su cabeza
hacia ese lugar. - Teníamos ganas de volver ya a este bello pueblo, a
esta maravillosa tierra donde la Luna nunca deja de llorar, antes de
alegría, por lo maravilloso de su creación, y ahora de tristeza, por la
falta de color… Anul-al ed Amirgal siempre será esa gota caída del
cielo, pero hoy vendrá acompañada de risas y sueños, de alegría, de
amor, de esperanza, de felicidad… ¡Hoy renacerá el verdadero sentido
por el que esa gota cayó en este lugar! Por favor, tomen asiento… ¡El
espectáculo va a comenzar!
*****
Nunca pensó que fuese tan triste abandonar aquel lugar, donde nunca
había sido del todo feliz… Mientras se alejaba de ed Amirgal un nudo
se iba creando en su garganta. Su madre, su padre y todo el pueblo se
preguntarían cuanto despertasen donde estaba, empezarían buscarla… y
no la encontrarían.
Había visto, por fin, los ojos de todas aquellas sombras sonreír,
aunque sólo fuese por un momento, mientras el Circo llevaba a cabo su
actuación. Ya al final, mientras Soulfly anunciaba que acababa el
espectáculo, la tierra empezó a temblar. Lo hacía ritmicamente, como si
alguien estuviese tocando un gran tambor. De repente el tambor paró y se
escucho un gran bramido. Aquél estruendo asustó a las sombras, pero a
Soulfly se le iluminó la cara con una gran sonrisa. Entonces el tambor
recobró su ritmo y empezó a sonar cada vez más cerca. Se iba acercando.
Entonces apareció, a través del arco central del gran portón improvisado
que había en la plaza, un gran animal que sujetaba en sus cuatro enormes
patas, que parecían troncos de árbol, un enorme cuerpo redondo. De la
cabeza sobresalían dos enormes orejas, que movía sin parar, y en vez de
nariz tenia un brazo muy largo, casi tan grande como Ani:
- ¡Un Elefante! - gritó.
Encima de él un niño de unos 10 u 11 años le guiaba a través de la
plaza, con la simple ayuda de un pequeño palo.¡Era Alex! ¡El Alex de los
cuentos de Aihpos! ¡El qué, según sus sueños, le iba a llevar a
Crawley!
Después de las presentaciones, y de que Alex demostrase todo lo
que podía hacer junto a su compañero en medio de la pista, Ani se acercó
a hablar con él. El elefante bebía agua de la fuente y se tumbó en una
sombra junto a Zoe:
- Hola… -dijo Ani mirando al suelo, mientras con el pie escarbaba un
poco la arena.
- ¡Hola! ¿Tu eres Ani verdad? - contestó el chico.
Ani se sorprendió:
- ¡Si! ¿como sabes mi nombre? - Preguntó mirándole a los ojos. Una
sonrisa cruzaba su cara.
- Aihpos me ha hablado mucho de ti… Ani, la niña que es feliz entre
las sombras… - dijo con la mirada perdida, como recordando la cara de
la persona que antes había dicho las palabras que salían de sus labios.
- La verdad, creía que no existías… - Ahora fue él quien miró al suelo
y escarbó un poco con su pie en la arena.
Se quedaron callados durante un rato, sin mirarse. Entonces Alex
habló:
- ¿Quieres que te presente a Hega?
Ani asintió con la cabeza y fueron juntos a ver al elefante que
dormitaba junto a Zoe cerca de la fuente.
Durante toda la tarde pasearon por Anul-al, corrieron de carro en
carro viendo el circo, se contaron como vivían… Alex vivía yendo de un
lado para otro. De vez en cuando se cruzaba con algún circo ambulante o
algunos mercaderes y trabajaba para ellos, sacaba lo justo para vivir.
También visitaba las ciudades, en busca de algunos trabajos en los que
Hega resultaba de mucha utilidad, pero acabado el trabajo se iba por
donde había venido a otro lugar diferente… tanto Ani como él estaban
solos… tan solos que cuando Alex se subió a Hega para irse y Ani montó
detrás de él, a ninguno de los dos les resultó raro. Estarían juntos a
partir de ese momento, no hacía falta que hablasen de ello para que lo
supieran. Protegidos por la noche ambos tomaron rumbo a Crawley, ciudad
más cercana a Anul-al ed Amirgal, quizá allí hubiese algún trabajo para
ellos.
Cuando salieron de Anul-al y pasaron la palmera, donde Ani
esperaba todos los viernes a Aihpos, sintió ganas de bajarse del
elefante y correr hacia su casa. Empezó a llorar. Ed Amirgal aún se veía
a lo lejos, pero esta vez, Ani la miró con otros ojos, unos ojos que
mostraban un pueblo borroso por las lágrimas, coloreado por las luces de
los fuegos que aún mantenían a las sombras animadas en la plaza.
Pequeñas pinceladas rojas y amarillas sobre un fondo oscuro coronado por
una enorme Luna llena que lloraba su luz sobre el pueblo y la hacia
llegar a todos sus rincones:
- No… no quiero irme de aquí… - las palabras le hacían daño en la
garganta al pronunciarlas.
Alex la miró sorprendido. No se había dado cuenta del llanto de
Ani:
- ¿Como? - Preguntó, ya que no había entendido lo que le había dicho su
amiga.
- Qui… Quiero quedarme… - las lágrimas salían de sus ojos después
de tanto tiempo sin llorar, de toda su vida sin llorar de verdad.
Alex la miró apenado, pero comprendía lo que sentía Ani. Era algo
parecido a lo que sentía él, cuando se iba de casi todos los lugares que
visitaba y donde había hecho amigos. Ese era su hogar… no tenía
derecho a llevársela de allí.
Hizo que Hega parara y se agachase. Alex bajo y ayudó a Ani a
hacerlo:
- Que… quedate… conmigo… esta noche… por favor… No… no…
te vayas… aún no.- le dijo Ani a Alex.
Alex asintió y ambos se tumbaron bajo la palmera. Se quedaron
dormidos… abrazados… Ani miraba a Anul-al, miraba como la Luna
lloraba sobre su pueblo, notaba el frío del aire que soplaba suavemente
en sus ojos y el calor del abrazo de su amigo. Dejándose llevar por
estas agradables sensaciones, pero sin poder parar de llorar, Ani se
quedó dormida.
Despertó sola, de repente, se desperezó mirando a todos los lados
buscando algún rastro de Hega o de Alex. No. No había nada… era su
sueño, y se había esfumado en el día en que soñó que todos su sueños se
cumplían. Todos menos ese.
Salió corriendo hacia ed Amirgal. De nuevo en su garganta se
empezó a formar aquel nudo, ese nudo que dolía. Su cara se contrajo
momentos antes de la explosión de lágrimas que la inundó. Corría lo más
rápido que podía mientras las lágrimas escurrían por su rostro,
acariciaban sus mejillas y caían en el desierto.
Cruzó la calle principal a toda velocidad. No había rastro del
circo, no había colores, no había más que la misma visión de todos los
días. Más lágrimas. Las sombras se asomaban de los callejones con miedo.
Estaba llorando, estaba llorando mucho… eso era el fin… el fin del
sueño, el fin de ed Amirgal.
Llegó hasta la plaza. Muchas sombras revoloteaban de uno a otro
lado gritando su nombre. Distinguió la voz de su madre y corrió hacia
ella. Ésta, con miedo, la abrazó, intentó calmarla, pero sabía que nada
podría frenar el torrente que caía de sus ojos. Arena. Arena. Sus
perores pesadillas… el fin.
Todas las sombras se reunieron en la plaza. Formaban un círculo
alrededor de otra de ellas y una pequeña niña, una pequeña niña que no
paraba de llorar. Pero algo pasaba… aquellas lágrimas… no, aquello
no eran granos de arena, sólo pequeñas gotas de pena que la arena del
desierto absorbía y cubría con indiferencia. El miedo fue dejando paso
al resentimiento. El llanto de Ani empezó a calar en todas las sombras,
que, una tras otra, se quitaban sus capuchas y empezaba también a
llorar. ¿Por qué lo habían hecho? Aquello no eran granos de arena, sólo
dolor, sólo pena, pero no eran granos de arena…
Ani elevó la vista. Todos lloraban. Toda las sombras habían
descubierto su rostro y lloraban sin consuelo. ¿Qué habían hecho?
Desde una esquina de la plaza alguien miraba el espectáculo sin
atreverse a emitir el más mínimo ruido. No entendía lo que pasaba en
aquel lugar. Miró a Ani y de repente los ojos de la pequeña se cruzaron
con los suyos. Ani se limpió las lágrimas de los ojos con su manga. No
podía creer lo que veía ¡Era Alex!
Corrió hacia él, sin parar de llorar. Le abrazó:
- ¡Creía que te habías ido! ¡Que te habías ido para siempre! Soy tu
amiga y siempre estaré contigo… Donde esté yo estará tu hogar. No
volverás a estar solo. Ninguno de los dos lo estaremos…
Alex no dijo nada. La abrazó también, con fuerza, mientras una
lágrima escapaba de sus ojos. Todas las sombras descubiertas miraban la
escena. El resentimiento fue dejando paso a la esperanza. Nadie dejaba
de llorar. Se abrazaron los unos a los otros en ese llanto colectivo de
esperanza, de felicidad. No tenían porque desaparecer, aún había tiempo
para Anul-al. Aún había tiempo para que ed Amirgal fuera otra cosa
totalmente distinta a lo que era.
Aquel día comprendieron que Anul-al ed Amirgal provenía de un
llanto de felicidad y esperanza, y que ese era su destino a pesar de los
muchos llantos de tristeza que dejaban atrás.
