A Sophia, por inspirarme y
aguantarme, tanto en los buenos
como en los malos despertares.
El día había empezado gris. Una pequeña llovizna empapaba las sobrias
caras de lunes que habían decidido enfrentarse a una nueva jornada.
Él había decidido no hacerlo. Tumbado boca arriba en la cama, la
ventana le devolvía la misma imagen de rutina de siempre. Aquella imagen
que le acompañaba día tras día, mañana tras mañana… Dos tristes
cipreses se balanceaban en la sombra del día que comienza. De fondo, una
papelera oxidada se quejaba de la fuerza del viento.
Sonó el teléfono:
- ¿Si? - Su voz salió carraspeando y sin ganas, como obligada a
abandonar el oscuro lugar en el que no estaba del todo a gusto, pero del
que no quería salir.
- ¿estás dormido? ¡Vamos! ¡Levanta!
(silencio)
- Tienes cosas que hacer. No te puedes quedar ahí todo el día.
Se oyó un largo suspiro rompiendo el silencio creado.
- No me apetece… de verdad… hoy no.
- No es cuestión de apetencia. Debes hacerlo. Venga. Levanta.
- Bueno… ahora veré.
Colgó el teléfono.
Se pasó la mano por la cara quitándose las legañas, sin ganas…
¿Para qué? Aquella interrogación se repetía en su cabeza una y otra
vez. ¿Qué sentido tenía todo aquello? Cargar con las obligaciones, con
la tediosa rutina que le arrastraba y repetía, cada día, las horas, los
minutos, los segundos… nuevas metas… nuevos objetivos… Esa fue la
opción que encontró, pero costaba enfrentarse. Costaba iniciar esos
proyectos que debían alegrarle en vez de ser una carga más a sumar a la
desidia que le envolvía y atrapaba cada mañana.
Sonó el teléfono.
Se dio la vuelta intentando apartar de si el sonido, pero le
persiguió hasta debajo de la sábanas. Siguió sonando. Cerró los ojos
para asimilarlo como uno más a la serie de que formaban su malestar
general… no pudo aguantarlo:
- Dime – Su voz se negaba, de nuevo, a salir del todo.
- ¿No piensas moverte?
- (suspiro) Déjame…
- ¡No! Eras tú quien hablaba ayer de los sueños ¿qué pasó con todo eso
que contabas?
- ¡Mierda! ¡Déjame! Hoy no me apetece empezar. No tiene sentido
hacerlo. ¿Para qué? Volveré a esta misma situación. Siempre acabo en
esta misma situación…
- Venga, no digas eso, sabes cual es la solución… Levanta…
Colgó el teléfono.
Inapetencia. Moverse para empezar algo que nunca terminará. Como
siempre… Cerró los ojos y dio otra vuelta en la cama.
No, no es forma de empezar. Todas sus ilusiones, todos sus
proyectos no iniciados, todos sus sueños… acababan de acabar antes de
empezar. El final de todos ellos llegaría pronto y mal, al estar
marcados por aquel pésimo inicio. ¿para qué empezar algo que empezaba
tan mal? No tenía sentido. Él no se lo veía. Tan sólo conseguiría
alargar la esperanza y el sufrimiento, que se iría incrementando según
se fuese constatando lo que en ese instante tenía claro. Nunca
conseguiría lo que se había propuesto. Nunca. Daba igual empezarlo hoy,
empezarlo mañana haberlo empezado ayer. La rueda del destino le
devolvería a la cuneta, lugar en el que debía estar. Alargar el camino
era alargar, irremediablemente, el dolor. El dolor por no conseguir
alcanzar sus sueños.
Sonó el teléfono.
Lo cogió violentamente y fue el primero en hablar. El dolor salió
de su garganta como atravesando una puerta que por fin cedía a sus
envites. Lloró:
- No me voy a levantar. No tiene sentido. Nada tiene sentido… (hizo
una pausa. Larga) Voy… voy a acabar con todo… No quiero aguantar
esto. No funcionará. Nunca funciona. Nada de lo que hago funciona.
- No te rindas, tienes que intentar…
- No. No hay nada que intentar. Se acabó. Lo siento. Te he fallado…
me he fallado. Pero eso ya da igual. Se acabó…
- No…
Colgó el teléfono.
Dio otra vuelta en la cama intentado encontrar algo a lo que
aferrarse, alguna señal de esperanza que le empujase en sentido
contrario a donde le llevaba su depresión. La ventana le devolvió la
misma imagen de rutina de siempre. Aquella imagen que le acompañaba día
tras día, mañana tras mañana..
Salía el sol oculto tras grises nubes de tormenta. Golpeaba los
dos altos cipreses que, cada día, se mantenían, tal como él los
percibía, impasibles al paso del tiempo. La papelera de metal gemía su
oxidado olvido mecida con suavidad por el viento. Echó la vista atrás en
el tiempo… Nada tenía sentido. Todo lo que había empezado había
acabado mal o en el olvido. Jamás consiguió otra cosa que frustraciones.
Todos los días la ventana con su misma imagen de rutina de siempre, con
una papelera cada vez más oxidada y a punto de caer. La recordaba nueva,
recién pintada, con su utilidad intacta, y como día tras día se iba
estropeando y el pasar del tiempo la había relegado a aquél estado de
olvido y abandono… era el final… un soplo de aire más fuerte de lo
normal arrancó los flojos y oxidados herrajes que la sujetaban al suelo,
que hacía tiempo habían olvidado su función, y la arrastró chirriante
hasta que desapareció de su vista. Triste destino. Se quedó pensando…
Sonó en teléfono.
Colgó el teléfono.
Se levantó de la cama…
La ventana. Aquella imagen. Tres pisos. Uno. Dos. Tres. El portal
de su piso al que daba la ventana. El suelo… Suspiró.
Su cuerpo se encontraba en aquél lugar. En calma ante la firmeza
del suelo… la puerta sonó tras de sí. Giró al cabeza y la encontró,
sonriente:
- Ya era hora. ¿Vamos?
Al pasar frente al ciprés estiró su mano y le acarició:
- Vamos.
