Dos ojos oscuros en un tren


Dos ojos oscuros en un tren. Un tren que para cada pocos minutos, pero nunca detiene su marcha. En una de esas paradas se bajan. Quedo solo. Fin del sueño.

Al subir siento que es demasiado tarde, o quizá demasiado pronto… No importa, al sitio donde voy nadie me espera. Viajo solo, rodeado de personas cuyo ruido no pueden percibir mi oídos, corazones que laten lejos de mi, suspiros que el viento se lleva a otros lugares. Sólo somos yo y los ruidos que produce la máquina que me lleva a ninguna parte, lugar donde nada tengo que hacer y al que siempre vuelvo al acabar mis días, una y otra vez.

Tomo asiento cerca de la ventana para ver el paisaje desdibujarse ante mí por la velocidad. La oscuridad sólo permite que lejanas fuentes de luz pinten líneas en horizontes lejanos, bañados por sus tonos anaranjados. La sensación que produce en mí es nula. Me centro en los suaves pitidos que avisan que el tren se para en una nueva estación. La leve inercia hace que mi cuerpo se balancee un poco hacia delante. Respiro lentamente. El aire llena mis pulmones mientras mi cuerpo vuelve a su posición inicial después de la suave frenada. Siento que todo se mece y recupera su forma al quedar el tren parado. Las puertas se abren con un leve crujido. El aire se renueva, pero no logra enfriar los agradable chorros de calor que suben por debajo de la ventana. Nuevos, ligeros, movimientos de personas en busca de uno de los muchos sitios libres inundan todo como un susurro en la noche. Pequeñas brisas q pasan a mi lado sin requerir de mi la más mínima atención.

Mis ojos se cierran a la vez que las puertas y noto como mi cabeza cae lentamente atrás en el momento que el tren vuelve a arrancar. Respiro. El cálido aire que me envuelve entra en mí sin ningún esfuerzo, dejándose llevar por la inercia de la aceleración. Lo suelto, lentamente, mientras apoyo mi cabeza contra la pared, siempre dejándome llevar por los mecidos del tren.

Abro los ojos. Hay alguien enfrente mía. Subo mi mirada lentamente por su cuerpo, como recordando sus formas. Sus piernas se estiran por debajo de mi asiento y al llegar a su cintura veo que está ladeada, buscando acomodo en el cálido ambiente que acaba de descubrir.

Sigo a la inversa un cabello rizado que cae por su cara y que sin darme cuenta me lleva a sus ojos, unos preciosos ojos oscuros que miran hacia otro lado. Absorto en ellos llega a mi mente su paso por otros de mis sueños, sueños que no recuerdo, pero que evocan en mi sensaciones maravillosas.

Sonrío y me quedo así un rato, llenando mi cuerpo de esas sensaciones. Salgo de sus ojos y busco su reflejo en el cristal, espiándola, esperando que me mire. Está en otro lugar, como si alguien la hubiese dibujado ahí, en aquel difuso reflejo del vagón en el que me encuentro, para el que ahora no tenía ojos. Ella acaparaba todas mis miradas con sus oscuros ojos que se funden con el oscuro de la noche, oscura noche que se veía al atravesar el oscuro reflejo del cristal.

Sin conejo blanco que me guiase, salí de ahí y miré para abajo, para encontrarme conmigo mismo y poder ordenar la tormenta de ideas que azotaba mi cabeza en aquel momento. ¿Habría notado mi presencia? ¿por qué se había sentado ahí si no? ¿soñaría ella también conmigo?¿me reconocería? Mis ojos se habían ido de nuevo hacia su rodilla, ahora encogida, y pensé en estirar mi mano hacia ella. Algo me frenó ¿qué le diría? ¿que era la mujer de mis sueños?

Mis ojos se desviaron de nuevo hacia los suyos. Seguían mirando para otro lado, retraidos en sus pensamientos, de una belleza inigualable, absortos en sueños en los que me gustaría acompañarla… No podía dejar de mirarlos. Pero un pequeño bache hizo que se acomodara en el asiento y el movimiento de su figura hizo que mirase para otro lado.

Me maldije por mi miedo, pero no la volví a mirar hasta que todo se calmó. Entonces me centré de nuevo en sus ojos, esperando que se encontrasen con los míos. Me perdí otra vez en su bella oscuridad, soñando que sucedería lo que en otros sueños sucedió. Sentía ganas de abrazarla, de besarla, de mirarla a los ojos tal y como estaba haciendo ahora y que ella pudiese ver todo lo que la quería. Pero no me movía, estaba totalmente atado por el miedo y la duda, provocados por sus hermosos ojos oscuros. Apenas me di cuenta de que el tren había empezado a frenar de nuevo.

Cuando noté el tirón de la parada sobre mi cuerpo ya era demasiado tarde. Sentí como se incorporaba para levantarse del asiento. Mantuve la mirada, aferrándome a aquellos ojos oscuros con la fuerza de los que se saben perdedores. Entonces ocurrió, al levantarse, sus ojos oscuros se clavaron en los míos. Fue sólo un segundo, pero los segundos transcurrieron como horas para mi. Tantas cosas vi que sólo me quedé con la sensación. Ella sonrió y pasó por detrás mía para bajar. Yo, anclado en la misma posición en la que había estado todo el rato, pensé en giarme, correr tras ella, decirla que la quería. Pero quedé allí, sin moverme, pensando en aquellos ojos oscuros que se alejaban.

Y mientras oigo como se cierra la puerta, abro los ojos, me desperezo, y conservo la esperanza de que sus preciosos ojos oscuros vuelvan a mi, en cualquier otro sueño.\