Pobre pequeño Juan


     Pobre pequeño Juan. Siempre encerrado en su cuarto a oscuras. La poca luz que entraba en la eterna noche en que vivía creaba sombras, largas sombras que le atormentaban acercándose a él y agarrándolo con sus delgadas puntas, haciéndole sentir frío, mucho frío. Temblaba en su cama día y noche sin saber que hacer para calmar tanto frío, sin la fuerza para alejar de él aquellas sombras
 
     Un día creció una flor en el negro jardín al que daba su ventana. La encontró por casualidad enfocando con su linterna al exterior, como solía hacer a menudo para ver aquellas negras y tortuosas formas cuya sombra tanto le atormentaban pero que no podía dejar de mirar. Era una rosa roja, una explosión de color entre el tono de grises que era su vida. Le encantó. Se sentía feliz iluminando al exterior y sintiendo como aquella flor no se quedaba con toda la luz que proyectaba como hacían todos los demás objetos, sino que le devolvía aquel rojo brillante que entraba por sus ojos llenando de calor su cuerpo… ¿Por qué la arrancaste pequeño Juan? fue un gran momento, el mejor que habías tenido en la vida. Pero Morfeo llamó, y tuvo que apagar su linterna, no sin antes volver a disfrutar del calor que le proporcionó aquel último vistazo. Era preciosa pequeño Juan. Era lo mejor que te había pasado nunca en la vida… ¿por que la arrancaste?
 
     Ya tumbado en su cama el pequeño Juan se agarraba a cualquier pequeña muestra de aquel calor que aún permanecía en su cuerpo, no quería dejarlo escapar. Sabía que ella estaba ahí fuera, que esperaba a que su linterna la iluminase para devolverle ese rojo puro totalmente nuevo para él.
 
     Pero lo cierto es que todo a su alrededor era oscuro de nuevo, todo era gris, y las sombras volvían de nuevo a extender sus fríos dedos para intentar tocarle. Podía contenerlas, tenia algo que antes no tenía, una pequeña fuente de calor con la que podía enfrentarse a ellas. Pero no estaba preparado para lo que ocurrió después. Una larga sombra se acercaba lentamente  a su ventana, era fina, muy fina, y tres grandes puntas salían de ella. Trepó por la pared hasta llegar a su ventana, y lentamente se coló por ella. El pequeño Juan la vio, intentó tranquilizarse, sólo era una sombra más, una de tantas que le acompañaban cada noche, cada día, pero era más negra que ninguna que hubiese visto antes. La sombra se deslizó dentro del cuarto y fluyó por la pared hasta tocar los pies de la cama donde el pequeño Juan estaba tumbado. Imparable subió hasta ella. El pequeño Juan se encogió, como hacía cada noche, para que aquella sombra no le tocase, quería proteger el poco calor que aún quedaba dentro de él. Pero la sombra llegó. Acarició sus pequeños pies con el mayor frío que había sentido nunca, y fue extendiéndose hasta el resto de su cuerpo, lentamente, hasta apagar todo lo que quedaba de los recuerdos que poseía.
 
     Entonces el pequeño Juan sintió como empezaba a llover. Sabía de donde venía la sombra y lo que tenía que hacer para acabar con ella. Se levantó de la cama y salió de su cuarto al oscuro jardín. La lluvia resbalaba por su cara, le hacía daño en la garganta. Llegó hasta el inicio de la sombra ¿por qué no la iluminaste entonces con la linterna pequeño Juan? quizá aún conservase algo de su color ¿de qué tenías miedo? No, sólo la vio iluminada por un rayo que cruzó su mente y que arrojó una oscura y siniestra forma a sus ojos… pobre rosa roja, era tan bonita…
 
     Se quedó allí, en medio del oscuro jardín mientras la lluvia siguió cayendo por él durante mucho tiempo. Después volvió a su cuarto, guardo la linterna y se encerró de nuevo con sus sombras. Prometió que nunca volvería a usarla, y así la luz nunca volvió a iluminar la oscuridad en la que vivía… Pobre pequeño Juan.\