El tren del olvido


     Todas las mañanas cogía el mismo tren. Todas las mañanas veía las mismas caras; las mismas caras en distintas personas. Caras cansadas, quejumbrosas, caras que se arrastraban hacia un nuevo día de trabajo, de estudio, de compras… podía ver la rutina en todas ellas, el reflejo del subconsciente aún presente en todos esos rostros que luchaban contra sus sueños para anclarse un día más a la realidad.
 
     Hasta aquel día, él era distinto, aprovechaba ese momento para seguir soñando. No dormía, pues el sueño era imposible en aquellos incómodos asientos, si tenía la suerte de coger uno, y el aviso de la siguiente estación siempre era igual al que le llamaba para bajar. No, no cerraba nunca los ojos, simplemente se dedicaba a revolver en la entropía aquellos momentos que jamás sucederían: iniciaba amenas conversaciones con aquellas de las caras que le parecían interesantes, descubría el amor, de nuevo, detrás del asiento que tenía enfrente, alguien desde el más allá elegía las canciones que llegaban a él desde los cascos que tenía puestos, haciendo fluir las sensaciones que aquella música evocaba a través de su cuerpo. Todas las mañanas escapaba del mundo a otro mejor en el que no se sentía atado por nada, en el que era realmente feliz, y sentía cercano el día en el que esos sueños se convertirían en realidad. Sólo le faltaba un pequeño paso que nunca daría.
 
     Aquella mañana transcurría igual que todas las demás, había cogido un buen asiento y de pronto se descubrió mirando a una de las personas que subieron en la estación donde había parado el tren. Empezó una nueva canción… una canción oscura, una ola de rabia invadió su cuerpo con aquellos primeros acordes… Había algo distinto en los ojos de aquella persona que ahora le miraba, no pasaban por encima suyo con indiferencia, como solían hacer los de las demás personas, muy al contrario se clavaron en él. Algo le decía que aquella persona estaba sintiendo justo lo mismo, como si aquella canción lo envolviese todo y él también pudiese oírla. Una capucha oscura tapaba su rostro y sólo podía ver el brillo de odio de sus ojos y una maléfica sonrisa.

     Aquella persona se acercó a él y se sentó enfrente suya, sin dejar de mirarle a los ojos en todo momento, entonces la canción se hizo mucho más violenta y una voz empezó a gritar algo que extrañamente parecía que salía en susurros de los labios de aquel ser encapuchado que había enfrente suya: “No lo intentes nunca más, jamás te dejaré conseguirlo”. Entonces alzó la vista justo en el mismo momento en que la música perdió toda la poca armonía que le quedaba, y pudo ver como todas las personas de su alrededor eran figuras deformes y grises que se volvían para mirarle a él, también una deforme figura que extrañamente brillaba con un color dorado que poco a poco iba perdiendo intensidad según la música , o los extraños sonidos que, ahora si, todo lo envolvían por completo, iba volviéndose más y más angustiosa, como una gran cantidad de gritos que te llaman hacía un lugar al que no quieres ir, pero que no tienes más remedio que seguirlos; y según los iba siguiendo iba perdiendo su color dorado por el gris, que era el que envolvía a todo el tren. La extraña persona que se había sentado enfrente suya no paraba de soltar grandes carcajadas, y al final de la transformación, cuando había perdido todo su color, le dijo: “nunca lo vuelvas a hacer” y entonces, violentamente, estiró la mano hacia él.

     Se despertó sobresaltado de su asiento cuando una mano le toco la pierna. Enfrente suya estaba la persona en la que se había fijado anteriormente, pero había perdido toda su maldad. Sólo sus ojos parecían guardar algo de ella, pero apenas le dio tiempo a fijarse, ya que le dijo: “esta es tu parada, vas a llegar tarde al trabajo.”. Era cierto, sin haberse sobrepuesto de la experiencia anterior bajó corriendo del tren antes de que se cerrasen las puertas. Era la primera vez que se dormía en el tren, antes, inmerso en sus propios sueños, nunca lo había hecho. Nunca lo volvió a hacer, a partir de ese día, todas las mañana que cogía el tren se desperezaba y trataba de borrar el reflejo del subconsciente aún presente en su rostro, que luchaba contra sus sueños para anclarse un día más a la realidad, realidad en la que aquel ser no existía.